viernes, 26 de julio de 2013

Delmira Agustini - Lo inefable (Texto)


Lo Inefable

Yo muero extrañamente...No me mata la Vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida,
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...

Cumbre de los Martirios!... Llevar eternamente,
desgarradora y árida, la trágica simiente
clavada en las entrañas como un diente feroz!...

Pero arrancarla un día en una flor que abriera
milagrosa, inviolable!... Ah, más grande no fuera
tener entre las manos la cabeza de Dios!

Delmira Agustini

miércoles, 10 de julio de 2013

"El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha" (análisis Cap.I/ 3º Parte)


Prevenciones del hidalgo

(Parte 3 del Capítulo I de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha)
Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris

El proceso de la locura termina con la decisión del hidalgo de convertirse en caballero. Pero antes, el narrador deja claro que el hidalgo está loco con la expresión “rematado ya su juicio”. Sin embargo, podemos observar que esta locura es discutible en cuanto el lector comienza a ahondar en ese “extraño pensamiento que jamás vio loco en el mundo”. El protagonista considera que “convenible y necesario” hacerse caballero andante para aumentar su honra y servir a su república impartiendo justicia, “deshaciendo todo género de agravio” y poniéndose en peligro  para adquirir nombre y fama eterno.


En primer lugar, el hidalgo tiene dos propósitos, uno social y uno individual. Considera que es necesario impartir justicia para el beneficio de la su república. Si tomamos esta afirmación podemos preguntarnos quién está más loco, si el hidalgo que cree que transformándose en caballero puede cambiar el mundo, o el mundo que se ha degradado, corrompido tanto que necesita de un personaje para que exista la justicia.


Su segundo propósito es personal, y allí también podemos encontrar diferentes puntos de vista. Este hidalgo, que ha tenido una vida ociosa e improductiva, elige al final de su vida hacer que su vida valga la pena y ha sido uno de los grandes deseos del hombre de todos los tiempos, alcanzar la inmortalidad, ya sea a través del reconocimiento del mundo, o a través de la literatura o incluso buscando la fuente de la eterna vida. Pero al deseo de trascender la vida que llevamos es de los deseos más recurrentes en el hombre, dejar algo en esta tierra antes de partir. Esto coloca al personaje en un lugar profundamente humano y natural. Cobrar nombre y fama también es el deseo de cualquier hombre. Así el narrador, afirmando la locura del hidalgo, también afirma la locura de todos los lectores que lo leemos, los cuales también consideramos la injusticia del mundo y también deseamos trascender, pero tal vez no hagamos nada para hacerlo, ni lleguemos a un enfrentamiento con la realidad como se anima a hacer este hidalgo.


Es importante destacar que el principio de autoridad son las novelas de caballería. Se propone “ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban”. Por lo tanto aquello que los libros no dicen, él no lo hará. Ya el narrador y Cervantes se han esmerado en aclarar que estos libros son inverosímiles, es decir poco creíbles, llenos de fantasía; por lo tanto lo que el hidalgo querrá será hacer coincidir esa fantasía con la realidad, tal como haría un niño jugando a que es astronauta y va a la luna. Pero en el caso de un niño, la sociedad lo considera “normal”, conveniente y hasta necesario para la construcción de su identidad. En cambio en un hombre de cincuenta años, con un físico endeble, esta idea resulta inaceptable.


El hidalgo querrá ser parte de la fantasía. Él se imaginará no sólo protagonista de su vida, sino también, al estilo de las novelas, lo que el narrador dirá de él. Disfrutará creando el discurso del narrador, su deleite estará en imaginarse el relato de sus hazañas, y ha sido por allí que ha comenzado a tomar las prevenciones para convertirse en caballero: “Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda”. El narrador, denigrando al personaje al llamarlo “pobre”, también juega con el nombre del imperio “Trapisonda”. Según la Real Academia Española, una de las acepciones de la palabra “trapisonda” (que ha caído hoy en desuso) es “agitación del mar, formada por olas pequeñas que se cruzan en diversos sentidos y cuyo ruido se oye a bastante distancia”. Así precisamente está la mente de este caballero, llena de sonidos lejanos y confusos, por lo tanto es una ironía pensar que es el emperador de ese mundo, y a su vez es una realidad indiscutible.


La primera prevención que el hidalgo toma es la de limpiar las armas de sus bisabuelos, que estaban olvidadas y herrumbradas. De alguna manera, esas armas, símbolo del origen de su identidad, de sus ancestros, del pasado mismo de una España ya olvidada. Igual que su historia, y la historia de España, éstas estaban olvidadas en un rincón, y le recuerdan de dónde venía y lo que nunca fue, rescatarlas es una forma de rescatarse a sí mismo, a su origen, su identidad y una época donde la palabra empeñada se defiende con honor y tiene valor, está cargada de contenidos. Recordemos que la España de este hidalgo ha perdido el sentido de la palabra, ha perdido el valor del honor.


Con las armas se da un episodio que explicará el mecanismo de la “locura”. Alonso Quijano ve que tiene un morrión simple, es decir el casco del caballero, pero le falta la celada que es la protección que usaban ante el ataque del exterior. No es casual que sea justamente la celada lo que le falte, el hidalgo no tiene más que su invención, su ingenio y las palabras de lo que ha leído para protegerse de ese mundo hostil que es el presente, y que es muy lejano del mundo imaginado. Tampoco es casual que intente reparar su falta con una celada hecha de cartón, porque será muy frágil la protección que tenga ante ese mundo antagonista que no lo acepta, lo desconoce y condenará sus sueños. La época del hierro, en la que se hacían las celadas, ahora se ha degradado tanto como para transformarse en la época del cartón, símbolo de esa decadencia del presente español.


Prueba su celada y con un solo golpe deshace lo que le tomó una semana crear. Hasta ahora el tiempo ha sido impreciso (“no ha mucho tiempo”, la comida habitual todo los días), no se ha detallado porque es el tiempo de un proceso interno, que no se mide porque es ocio improductivo. A partir de ahora es como si el tiempo empezara a correr; una semana para la celada; cuatro días para el nombre de su caballo, ocho para su nombre. El tiempo ahora es valioso, corre, es productivo. Es preciso porque está construyendo. Por eso, si bien le parece mal haberla roto tan fácil, no es para él tiempo perdido. Si en un golpe rompe una semana de trabajo, el tiempo tiene valor igual, porque está enfocado en un objetivo.


La hace de nuevo y le pone unas barras de hierro por dentro; obviamente no por eso va quedar más fuerte, pero basta con que él lo piense. Un loco real la hubiera probado, una persona que sabe que esta maquinaria de “sonadas soñadas invenciones” depende de lo que él elija creer, no la prueba, no lo necesita, basta con convencerse de “su fortaleza”. El adjetivo posesivo “su” abre el texto a un par de lecturas que se complementan. Por un lado puede referirse a la celada, el hidalgo cree que esta es fuerte después de los cambios que le ha producido, y no necesita probarla porque su mundo se construye de lo que él cree, como cualquier ser humano. Pero también puede referirse a la fortaleza de su brazo, y así se siente poderoso, acorde a la figura de un caballero. Ambas lecturas consolidan lo que el personaje quiere ver de los hechos. Su mirada es profundamente optimista y esperanzadora, al menos al comienzo de la novela; y no por ello es irreal, sino que elige el punto de vista que más le conviene. Los hombres, muchas veces tomamos los puntos de vista que nos sirven para sobrellevar situaciones que nos abruman o nos frustran. Así el mecanismo del hidalgo que aquí se llama “locura” es muy parecido al mecanismo de la sociedad actual.


La segunda prevención que toma el hidalgo es la transformación de su rocín en caballo de caballero. Esta transformación presenta también un principio de la mecánica de la creación del personaje. Este principio es la palabra creadora, la palabra mágica, aquella que basta con nombrar algo para que esto cambie de condición. Es la palabra primigenia, así como Dios crea al mundo y lo ordena a través de la palabra (“Dios dijo…”), así el hidalgo creará su mundo con sólo nombrarlo.


El rocín  del hidalgo es una representación de él. Al igual que en la grafopeya del personaje habíamos visto que éste no tenía ninguna de las cualidades que se esperaban de un caballero, sino que es un personaje totalmente opuesto a ese físico que vivía en imaginario colectivo; el narrador hace una grafopeya humorística del caballo. “Tenía más cuarto que un real” refiriéndose así a la moneda, el real, que necesitaba muchos “cuartos” para llegar al valor de ella. Pero la palabra “cuartos” también refiere a la condición de cuarteado. Este es un caballo de trabajo, viejo y destruido, no es el caballo de un caballero aventurero. Luego el narrador afirma “y más tachas que el caballo de Gonela”. Las tachas eran los adornos, y Gonela era un bufón, así que este caballo más parece el caballo de un payaso que el de un caballero, un caballo lleno de defectos y lamparones de pelo que se ha caído. Para ensalzar esta descripción, el narrador utiliza el latín que es un idioma considerado culto y reservado para eventos importantes. Así el narrador, irónicamente dice “tantum pellis et ossa fuit” que vendría a ser algo así como “tantum el pelo como sus huesos eran cosas del pasado”. Si la palabra “caballero conlleva dentro de sí la de “caballo”, y no existe una sin otra, este es el “caballo” perfecto para este “caballero”, porque ambos presentan una imagen humorística.


Sin embargo al hidalgo le pareció perfecto como caballo de caballero famoso, y como tal debía tener un nombre, como lo tenían esos caballos. Es justamente la invención del nombre lo que provocará el cambio de condición del caballo que pasará de ser un caballo de trabajo a ser un caballo prestigioso. El hidalgo se toma cuatro días para pensar este nombre, y esto será la antesala de su propio cambio de condición. Si él va a ser caballero, pues el caballo también ha de ser importante. Para la búsqueda del nombre, piensa en uno que declarase “quién había sido, antes que fuese de caballero andante”. Se trata de conservar la identidad pero cambiar la condición y es lo mismo que hará con sí mismo. Él es un hidalgo y por lo tanto un noble por herencia, el más pobre, pero noble al fin, y elegirá llamarse Don, el título de nobleza más alto. No se trata de anularse, sino de rescatarse y enaltecerse, y así buscar fama, comenzando por la construcción de un nombre ya que en su imaginación él “ya profesaba” la andante caballería.


El proceso creativo no es fácil, no sólo lleva tiempo, sino acción mental que el narrador plantea con la enumeración caótica de verbos (“formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer”). Así este caos no sólo muestra la pasión del personaje sino también la velocidad con que su cabeza funciona. El nombre al que llega, Rocinante, conserva la raíz, su identidad, no pierde su ser rocín, pero cambia el final de la palabra (la desinencia) agregándole una nueva palabra “ante”; así antes era rocín pero ahora es Rocinante, un caballo nuevo, vuelve a nacer con este nombre. Tres cualidades tiene este nombre “alto”, porque le cambia de jerarquía; “sonoro”, porque suena a nombre importante; y “significativo” porque además de ser antes un rocín vulgar y ahora un caballo importante, es ante todos los rocines del mundo el mejor.


La tercera prevención es ponerse nombre a sí mismo, y para ello se toma el doble de tiempo que se tomó con su caballo (ocho días). Recordemos que según el primer capítulo no sabemos cómo se llama el personaje, más adelante sabremos que éste es Alonso Quijano, no Quesada o Quijana como da a entender al retomar la discusión de los autores, volviendo así al tema de la veracidad de la historia. Si los autores discuten sobre su nombre, lo único que no es discutible es que el hidalgo exitió.


Por un lado, la palabra “quijote” es una pieza de la armadura que cubre el muslo del caballero. De esta manera, el nombre es una especie de metonimia del personaje, ya que a través de una parte se menciona el todo. Otra lectura posible parte del nombre es parecida a la de Rocinante. Conserva la raíz de su apellido “quij” y cambia “ano” por “ote”, conservando así su identidad. La terminación “ote” sugiere burla, ya que el aumentativo se utiliza en forma despreciativa (“grandote”, “muchachote”, “bobote”). Mientras el personaje se ensalza, el narrador se burla de él.


Además de añadir su nueva condición de Don, el personaje elige anexar el nombre de su patria, ya que había decidido ensalzar su república, y además está siguiendo su principio de autoridad, los libros de caballería, donde los caballeros colocaban el lugar de dónde provenían a su nombre.


La última prevención es “buscar una dama de quien enamorarse”. El amor es para el caballero el motor que mueve sus acciones, es la representación de la fe, la dama sin ser vista realmente, se convierte en el motor de sus acciones, la razón de su vida, la persona a la que se le dedica sus logros. Para definir esta relación entre el caballero y su dama, y la dinámica de este tipo de amor, el narrador dice “el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma”. Un árbol sin hojas y sin frutos es un árbol seco, sin razón de existir. Lo mismo sucede con la expresión “cuerpo sin alma”, sin la dama, un caballero es un muerto en vida. Esta expresión también proviene del ámbito de lo religioso, ya que el alma es el motor que hace humana la vida, es el aliento vital de Dios para que ese cuerpo sea humano, sienta y razone.


Una vez más, antes de pensar en la conversión de la labradora en dama, el personaje se deleita en el discurso que él mismo está construyendo para justificar la necesidad del amor. El discurso que imagina es al estilo de los libros de caballería: “si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes…”. Es una fórmula humorística la idea de que es común encontrarse por allí con un gigante, como si fuera algo natural. El caballero imagina no sólo vencerlo, sino también cómo hablaría delante de su dama, a la que todavía no ha ni siquiera elegido. El nombre del gigante “Caraculiambro” es una burla parecida a la del “imperio de Trapisonda” ya que el narrador no sólo se burla del personaje, sino también del gigante (piensen en el efecto sonoro que tiene ese nombre y las posibles asociaciones que uno podría imaginar). El caballero se huelga, goza de cómo hablaría el gigante, y de cómo sería el encuentro con esa dama.


Elije darle nombre de “señora de sus pensamientos” a una labradora que él algún tiempo había estado enamorado pero que ella ni siquiera lo supo jamás. Una vez más parte de la realidad y construye una realidad diferente, no parte de la nada. Necesita una dama, y la busca. Pero lo mejor es que esté lejos, porque ese “amor” es una construcción ideal, que jamás debe encontrarse en el plano de lo real. El único amor que se puede conservar para este caballero (y tal vez para “algunos caballeros”) es el amor que jamás pasa al plano de lo concreto, donde uno puede ponerle al otro todo lo que le gusta, sin necesidad de que el otro nos decepcione con su frustrante humanidad.


Esta labradora se llamaba Aldonza Lorenzo, y una vez más, jugando con el sonido cambia las letras de lugar y pasa a destacar la cualidad de la dulzura que debe caracterizar a una dama, llamándola Dulcinea, y anexando a ella el lugar “del Toboso”. Una vez más este nombre le resulta “músico”, suena bonito y natural en una dama; “peregrino” porque será el motor de sus andanzas, y “significativo” porque destacará la cualidad de dulzura, que pertenece al mundo de su imaginación, ya que la labradora que él elige está muy lejos de ser dulce según el comentario de alguno de sus personajes, dado que ella es el gran ausente, presente sólo en la mente del protagonista.

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domingo, 7 de julio de 2013

Cervantes - "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha" - (Capítulo I/2ª parte)



Proceso de la locura
(Segunda parte del Cap.I de “El Quijote)


Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris
 
En este proceso de la locura del hidalgo podría visualizarse en etapas. La primera etapa sería la forma de leer esos libros de caballería. El narrador dice que leía “con afición y gusto” y en este aspecto no encontramos ninguna dificultad, ya que cualquiera puede leer así y no por eso volverse loco. Sin embargo hay algo extraño en su lectura porque olvida su hacienda, sus obligaciones y su entretenimiento habitual. Lee y algo se transforma en su realidad. El problema está en que tiene mucho tiempo ocioso; tiempo libre e improductivo; tiempo de evasión y no de creación. El personaje lee como si eso que leyera fuera real. No está leyendo ficción, está leyendo historia, su historia, la de sus antepasados. En unas palabras: lee “con afición y gusto” y olvida su vida presente. Aquello que le recuerda lo que no ha hecho, y lo que sí han hecho sus antepasados (o al menos imagina que han hecho).
Pero eso forma de leer pasa a una nueva etapa: lee “con curiosidad y desatino” y esto lo lleva a vender parte de su hacienda para acceder a más libros. La lectura con curiosidad no hace a la locura, sino que es sana si hace con acierto. El problema es que el hidalgo lo hace con “desatino”, es decir interpretando lo que le parece, pierde la razón de la obra, el núcleo, lee lo que quiere leer, porque esas historias hablan de él o de lo que él desearía ser, aunque él aún no se ha percatado de ello.
Pero el narrador se burla de su personaje porque le muestra al lector qué es lo que el hidalgo se desvive por entender. Cervantes, a través del narrador, critica la prosa rebuscada y recargada de los libros de caballería; sugiriendo, ingeniosamente que cualquiera que los leyera e intentara entenderlos se volvería loco. Cita así un fragmento para que el lector comprenda el estilo de estos libros, destinados a confundir, floreándose en la repetición de palabras o en polípotes (que es cuando se conserva la raíz de una palabra pero se cambia la terminación “merecimiento que merece”) que suenan bonito pero no dicen nada. Sin embargo, el hidalgo, lector también, considera hermosas estas narraciones “por la claridad de su prosa”. Es precisamente en esa perspectiva de miradas donde se aprecia el desatino. Lo que para cualquiera resulta recargado e incomprensible, a él le parece claro, incluso “le parecían de perlas”, metáfora que sugiere la brillantez y la preciosidad de aquella forma de decir. Es la musicalidad y el desafío por comprender lo incompresible, lo que hace que él mantenga ocupada su mente, y por lo tanto esta lectura viene a llenar el vacío que el personaje tiene dentro.
Irónicamente, el narrador ubica al lector en una nueva etapa del hidalgo: “desvelábase por entenderla y desentrañarles el sentido”. La ironía se presenta al mencionar a Aristóteles, padre del racionalismo, que aun cuando resucitara tan sólo para tratar de entender esa prosa y tuviera todo el tiempo para hacerlo, no lograría encontrar algo lógico en ella. Pero el hidalgo descuida una necesidad básica, el dormir, para intentar entender. Su mente vuela perdiéndose en el laberinto de las palabras.
Vale apreciar la forma en que el narrador abre diferentes dimensiones en la lectura. Dice el mismo: “con estas razones perdía el pobre caballero el juicio”. Por un lado nos asegura que se está volviendo loco, pero por otro utiliza la palabra “caballero” que en este contexto adquiere una dimensión importante. El que pierde el juicio es el hidalgo que aún no ha decidido convertirse en caballero. Sin embargo el narrador utiliza esa palabra en un sentido común, dejando abierto el sentido de clase noble guerrera, que es a lo que querrá acceder. De esta forma el cuestionamiento de su locura empieza a plantearse: ¿es caballero o es hidalgo? ¿o es las dos cosas? ¿está loco o es un ser que quiere reinventarse? ¿es loco querer reinventarse y cambiar la vida ociosa que se lleva? Si es un hidalgo y sus antepasados eran guerreros, ¿está mal querer comprender ese pasado que hace a su identidad? Existen algunos cuestionamientos más que se van abriendo a medida que el narrador afirma su locura y el lector empieza a reflexionar sobre ella.
Pero aún no ha llegado a la profundidad de este proceso, porque el personaje cuestiona la verosimilitud de estas novelas. Es decir, aún puede diferenciar la realidad de la ficción. Los caballeros que él lee deberían estar llenos de heridas y cicatrices, porque después de tantas batallas no existe mago que pudiera borrar lo que han vivido. No es creíble que sigan siendo gallardos y perfectos después de tantas luchas. Sin embargo, lo que le gusta de esas novelas es que nunca terminen, es decir la promesa de un “continuará”, porque esto le permite imaginar, esperar la próxima aventura. En una palabra, le permite ser parte de esas aventuras imaginando su continuación, le abren una puerta a un mundo creativo posible. Tanto es así que a él le hubiera gustado ser el escritor de esas continuaciones, pero no puede, porque “otros mayores y continuos pensamientos” no se lo permitían. No se contenta con ser escritor, eso sería posible y lógico, pero dentro de él está la idea de ir más allá, él quiere ser protagonista, personaje de su vida, igualándola con una novela. Si la realidad no es como las novelas, eso no importa, porque creerá que bastará con nombrar las cosas tal como las leyó, para que la realidad se transforme en el mundo de caballería.
El narrador también nos deja claro que la lectura de estas novelas no es exclusividad del hidalgo. Todos en la época leen esas novelas y las comentan, son el entretenimiento del momento. El vulgo discute quién es mejor caballero, quién es más valiente, quién es el preferido; y en estas discusiones el hidalgo también toma parte en éstas. Si el vulgo lee novelas de caballería, y estas son tan nocivas para los lectores ¿por qué no se han vuelto locos más personajes? Porque no todos son hidalgos, y no todos leen como este hidalgo, ni tienen tiempo ocioso para alienar en esta lectura. El cura tiene obligaciones al igual que el barbero, son hombres de pueblo, no tiene en su historia un pasado guerrero que rescatar; por lo tanto leen para entretenerse.
Casi al final del proceso, el narrador nos muestra cómo el personaje pierde el juicio: “se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro”. Esta cita es emblemática en este proceso, porque ahora el hidalgo perdió toda conexión con sus necesidades básicas, y sobre todo las del sueño. Esto resulta interesante si se piensa que en el dormir habita el sueño, y el hidalgo no necesita eso ya que sueña despierto; lo que le hace perder la noción de la realidad. El narrador omnisciente, que juega a conocer todo lo que piensa el personaje y elige no saber cuál es el nombre, ni de dónde viene exactamente, plantea en una figura literaria, este proceso: “las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio”. Todas las palabras aquí son polisémicas (tienen muchos sentidos). En primer lugar utiliza un paralelismo antitético (la misma estructura gramatical y sus términos son contrarios) contraponiendo noches/días. Y a su vez plantea la antítesis “noches/claro” y “días/turbio”. La noche, momento de los sueños, donde todo es confuso, el hidalgo está claro, y a su vez pasa de “claro en claro”, es decir leyendo toda la noche a la luz artificial de la vela. Y los días que naturalmente tienen la claridad, el hidalgo se pasa “de turbio en turbio”, porque su mente está confusa con la fantasía que se asienta en su cabeza. El final de esto es predecible: la confusión de realidad y la fantasía. Y tan profundo es esto en el personaje que elegirá la segunda por sobre la primera. Por ello el narrador concluye con la metáfora “se le secó el cerebro”, es como si hubiera exprimido y desechado todo lo que de razón quedaba en él.
Todo lo que leía pasa ahora a ser real, el sueño (emperador de la noche) reina ahora en el día. Enumerando lo que leía, el narrador coloca al lector en el caos de la mente del hidalgo, porque esta enumeración es caótica, sin razones de jerarquía: “encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles”. Con este recurso el narrador nos presenta una suerte de “zapping” de fragmentos “emocionantes” que empiezan a entreverarse en la mente del hidalgo y que dan la idea den el lector de cómo todo se comienza a mezclar. Para el hidalgo es verdad, “aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía”. La metáfora de la máquina nos sugiere que algo empieza a funcionar dentro de él, algo novedoso que se ha ido construyendo meticulosamente; y el motor son las “sonadas soñadas invenciones” porque aquella comenzó en la sonoridad de una prosa para transformarse en sueños incontrolables para el protagonista.
La fantasía pasa a ser más cierta que la realidad. Le gusta más aquellos personajes alejados de la realidad como el Caballero de la Ardiente Espada, antes que el Cid, personaje histórico. El personaje ficticio, además, ha hecho hazañas más fantásticas como ser partir en dos a “descomunales gigantes”.
Pero su imaginación no solo elige la fantasía, sino que elige mezclar épocas. Le gusta el caballero que ha utilizado una estratagema de Hércules. Así se mezclan la época medieval con los mitos griegos. Culturas diferentes, épocas distintas, personajes ingeniosos que han aprendido a valerse del “pasado” y hacerlo “presente”.
Otra característica que le gusta es la del Gigante Morgante, porque si bien en apariencia es una cosa, en esencia es lo contrario, no es como todos “soberbio y descomedido”, sino “afable y bien criado”. De la misma manera, él, Alonso Quijano el bueno, no se transformará en asaltante de camino, sino que elegirá potenciar su condición de bueno transformándose en caballero para impartir justicia, no importa si parece un personaje burlesco y anacrónico. No es lo que parece lo que importa sino lo que es, igual que el gigante Morgante.
No sólo mezcla todo lo antes dicho, sino también religiones. Reinaldo de Moltaban roba un ídolo de Mahoma. Así que aquellos caballeros cristianos, limpios de espíritu, también estarán entreverándose en la religión budista.
Pero una sola cosa es “traidor”, Galalón, personaje de ficción y el ama y su sobrina, personajes de la realidad. El enemigo es la realidad, y el personaje se sentiría feliz si pudiera castigarla.

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domingo, 30 de junio de 2013

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (Análisis del capítulo I/1º parte)

Primera parte: Presentación del hidalgo
(Análisis del Capítulo I)

Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris

Advertencia: Bibliotecas enteras hay escritas sobre este libro. No pretendo aportar nada nuevo. Mi interés al comentar este primer capítulo es ayudar a los alumnos de ENSEÑANZA MEDIA, a modo de clase, a preparar un examen, o a estudiar sobre el tema para aportar a la clase misma.

Ubicación de la obra:

Como los grandes clásicos no podemos ubicar fácilmente esta obra en una corriente literaria o en un solo período porque excede a su tiempo. Hay en la obra elementos renacentistas, como ser un personaje que sale a buscar nuevos horizontes. Hay elementos barrocos, como ser en la segunda parte, los duques que manipulan y se divierten con la fantasía del personaje. Hay elementos manieristas, como ser la duda permanente que el texto platea (¿está loco o no?).

El uso del lenguaje, la falta de certezas, la multiplicación de planos que la obra plantea nos acerca a un texto complejo de analizar.

Tema:

Es precisamente la multiplicación de planos y la falta de certezas la que nos muestra el tema de la obra: el perspectivismo. Nada es claro. Todo depende del lugar en que se mire. Así todo será relativo. La bacía de barbero también puede ser el “yelmo de Mambrino” dependiendo de quién mire, sea Sancho, sea el Quijote. Así cualquier situación que se plantea puede ser vista de diferentes formas, dependiendo de quién “las lea”. Esa es la clave de la obra. La venta puede ser castillo; las prostitutas, doñas; y los molinos, gigantes. Es la mirada la que da significado a lo que se ve. Y eso nos puede parecer loco, pero también es profundamente humano; la mayor parte de las veces necesitamos dar significados diferentes a las cosas para sobrellevar la frustración o la mediocridad de lo cotidiano.

Título:

El título de la obra plantea una contradicción. El “hidalgo” es un título de nobleza que representa a una casta guerrera que está venida a menos. Eran “hijos de algo” y ese “algo” eran los caballeros de la plena Edad Media. Pero en el título, la palabra “hidalgo” está asociada a “Don” siendo este un título de nobleza de mayor jerarquía. Así se nos presenta la contradicción ¿hidalgo o Don? Precisamente las dos, porque son caras de una misma moneda. Es un hidalgo que elige verse como Don, que es lo que aspira a ser, o lo cree ser por simple hecho de llamarse así. Veamos que el título también incluye la palabra “ingenioso” que es un proceso mental por el cual se inventa algo nuevo, así es este proceso mental lo que crea la nueva realidad. Pero tengamos presente que no parte de cualquier lugar, sino parte de su misma condición, y por eso, este hidalgo que cuando se ha adentrado la obra sabemos que se llama Alonso Quijano, y tiene como epíteto “el bueno”, no elige convertirse en un asaltante de caminos, sino todo lo contrario, en alguien que imparte justicia. Todo el proceso del personaje será así: parte de una realidad y elige verla de una manera diferente, por eso no podemos asegurar tan fácilmente que esté loco.

De esta forma el título nos deja un mensaje interesante: detrás de toda realidad mediocre puede existir una realidad sublime. Pero así como me deja ese mensaje, también me deja el contrario: detrás de toda realidad sublime se esconde una realidad mediocre.

Estructura:

Si bien el capítulo primero sirve como presentación a toda la obra, este podría dividirse en tres partes: la primera sería la presentación del hidalgo, la segunda el proceso de la locura y la tercera las prevenciones que toma el hidalgo para armarse caballero.

Presentación del hidalgo:

El texto comienza con la conocida expresión “en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”. Deliberadamente, el narrador nos niega el lugar de dónde proviene el hidalgo. Sólo quiere que sepamos que es de la Mancha, pero nos aclara que no tiene ninguna intención de recordar el lugar exacto. La imprecisión está plantea así desde el comienzo, porque este será el tema de la obra, el relativismo. Nada quedará seguro, las certezas no existen en este mundo, tanto el de la obra como el que vive el autor (incluso el nuestro).

Recordemos, también, que Cervantes había declarado en el prólogo, que la intensión de esta obra era la parodia de los libros de caballería. Una parodia es la imitación burlesca de una obra o personajes, tomando las características esenciales del mismo. Todos conocían las elementos esenciales de una novela de caballería, ya que era literatura habitual en la época; hombres gallardo, de espíritu limpio, que luchaban contra dragones, gigantes, y adquirían fama y renombre, todo esto en un lugar imaginario y perfecto. Una de las características de esta novela era la precisión. Ellas comenzaban con el lugar exacto en que dichas hazañas sucedían, y junto con ellas también la progenie que el personaje tenía. En este caso, el narrador nos niega esa información, y encima veremos que ni siquiera sabe el nombre real de su personaje, por lo menos en el primer capítulo. Estos son los mecanismos de la parodia, cualquiera que empieza a leer en aquella época, reconoce los elementos de las novelas de caballería, y reconoce la burla que se está haciendo desde el comienzo.

Esta imprecisión planteada respecto al lugar, también se planteará respecto al tiempo: “no ha mucho tiempo” dice el narrador en este primer capítulo. Sin embargo, al final del capítulo VIII dice el narrador que no puede seguir su historia, porque no sabe cómo termina. En el capítulo siguiente es cuando todo comienza a complicarse. El narrador encuentra en Toledo, unos “papeles viejos” que  un muchacho está vendiendo. En esos papeles está la “Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”. De esta manera aquel “no ha mucho tiempo” se vuelve confuso (¿es una historia antigua o no tanto? ¿el narrador conoce al hidalgo o en realidad es una historia que escuchó de alguien que contó y que termina perdiéndose en el tiempo?). Esta complicación del narrador que parece presentar a un personaje con la imprecisión de quién por rumores ha escuchado hablar de un personaje con determinadas características que le ha pasado determinada cosa, se vuelve más profunda cuando quien termina narrando es “Cide Hamete Benengeli” que es traducido por el muchacho que vende los papeles en el capítulo IX. Así que ya no sólo tenemos un narrador que no sabe de dónde viene su personaje, que no sabe cuándo existió, sino que también tenemos a un segundo narrador y a un traductor, por lo tanto una historia que pasa por varios niveles de narración.  

Este primer narrador parece querer presentar la historia como algo verosímil y por lo tanto posible, esta es una de las razones de la imprecisión en esta presentación. Si el narrador no quiere acordarse del lugar, si dice “no ha mucho tiempo”, nos habla de un narrador que conoce la historia porque es harto conocida, porque es popular, y se cuenta naturalmente, oralmente.

El hidalgo que se presenta desde el primer enunciado tiene algunos elementos importantes en los que deberíamos detenernos: “lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. El primer elemento nos habla del linaje guerrero de sus antepasados, que él ve cada día, pero del que no es parte, más que como un recuerdo lejano y que ahonda en su frustración de lo que no ha hecho jamás. La lanza y escudo (“adarga antigua”) están como adorno de lo que fue, y recuerdo constante de lo que no es. El “rocín flaco” que luego se transformará en su Rocinante, ya está presentado como un caballo que no tiene el arquetipo de caballo de caballero. Está venido a menos, está flaco y su costumbre es la de trabajar, es un caballo “de poca monta”. Es interesante precisar, que este es el típico caballo para este hidalgo, que no tiene lo necesario para ser un caballero, como tampoco lo tendrá el caballo. El perro, que se menciona aquí (“galgo corredor”) recuerda el ocio de esta casta guerrera venida a menos. Sus ancestro vivían de la lucha, a los hidalgos les queda la caza, es decir un mero entretenimiento, mediocre de lo que eran las hazañas heroicas de sus antepasados.

Con los pincelazos que da en el primer enunciado, el narrador se propone describirnos minuciosamente lo que el personaje come. Es interesante precisar que no sabrá cómo se llama, no sabrá de dónde viene exactamente ni cuánto tiempo hace que existió, pero sabe qué come, qué viste, quién vive con él, y cuántos años tienen lo que lo rodean. Detalles que parecen, a simple vista, irrelevantes. Y lo son, si no tenemos en cuenta que lo que caracteriza a este hidalgo es la rutina, el tiempo y la vida vacía que lleva permanentemente. La monotonía que reina en su vida cotidiana, y la frustración de lo que no es, que terminarán siendo el motor para querer cambiar su mundo.

La comida que el narrador detalla reafirma la pobreza del hidalgo y el aburrimiento. Su menú semanal está determinado, no hay opciones de cambio, porque tampoco existe un poder económico o un interés creativo en eso. La comida, que es el alimento básico para la existencia, es aquí vaca (que en la época es una comida desacreditada), lentejas, salpicón, incluso algún palomino, los domingos, algo que debería ser como el gran festín, pero que resulta absurdo, dado que los palominos eran usados por la nobleza para transmitir mensajes.

Luego de hablar de la comida, el narrador detalla la vestimenta que usa el hidalgo. Esta reafirma la pobreza del personaje, que tiene pocas prendas, lo que muestra la falta de vida social, y por lo tanto la soledad y el aislamiento o dejadez en que vive. Pero la amargura de esa conclusión está escondida tras la ironía del narrador: “los días de entresemana se honraba con un vellorí de lo más fino”. La ironía está clara en el doble significado de la palabra “fino”, dado que podría pensarse que sentía honra por la finura y el prestigio del vellorí, pero también puede sugerir que este vellorí está fino por lo gastado. Así el narrador empieza a mostrarnos cómo ve una cosa que en realidad puede ser otra.

Esta soledad y reclusión tiene una razón en el entorno social del personaje. Lo acompaña una “ama que pasaba de los cuarenta”, una sobrina de veinte años y un único trabajador, joven, que sirve para cualquier tarea. Nadie podía comprender al hidalgo, la “ama” que es la más cercana en edad no tiene la misma condición social de él, la sobrina no se acerca a poder comprender la frustración de un hombre ya anciano, para la época, y el trabajador es el único que hace alguna tarea productiva, pero no está para ocuparse de los ensueños del personaje. Es esta profunda soledad la semilla que permitirá el crecimiento de la “locura”. Usaré las comillas para referirme a ese término porque si bien el narrador dirá que el personaje se vuelve loco, esto merece una discusión profunda que iremos planteando durante este análisis.

La grafopeya del personaje (descripción física) nos presenta a alguien cuyas características se oponen a lo que el imaginario colectivo tiene como héroe o caballero. Suponemos que el mismo debería ser rudo, fuerte, joven, gallarlo, y este es débil, flaco, entrado en años. En una palabra es lo contrario a lo que esperamos, por lo tanto es como una caricatura del caballero. Es precisamente esta contradicción lo que hará que el personaje jamás sea aceptado como lo que espera. No sólo porque ser caballero en esa época es anacrónico (ya no existen en el tiempo del hidalgo), sino porque este personaje no cumple los requisitos para ser aceptado como tal, ni en esta época (la de la obra), ni en la época de los caballeros. Así el hidalgo siempre estará intentando comenzar un rito de iniciación que nunca cumplirá, porque al final de la etapa la sociedad nunca lo aceptará como tal.

La etopeya del personaje (rasgos de personalidad) apuntan al entretenimiento que tenía esta casta noble: la caza. Como ya dijimos, esta afición no era más que una representación de la decadencia de aquel pasado heroico. Algunos críticos han relacionado a este personaje con la España en decadencia.

Recién al final de estos datos el narrador hablará del nombre de su personaje y para darle verosimilitud a su relato sugerirá que no conoce exactamente el nombre, que podría ser “Quesada”, “Quejana” o “Quijada”. De esta forma, además de apartarse de la exactitud de las novelas de caballería, se aparta también de lo esperable en una narración. Es de suponer, que un narrador conoce el nombre de su personaje. Pero en este caso, como quiere hacernos creer que el personaje existió, la mejor manera es crear esa imprecisión que sugiere la oralidad. Ya no sólo sabe de su existencia el narrador, sino que hay “autores” que también conocen esta historia. De esta forma marca su propósito: “basta que en la narración dél no salga un punto de la verdad”. Se trata de hacer lo contrario a las novelas de caballería donde los personajes vivían historias fantásticas, con amores inverosímiles e inaccesibles, luchando contra dragones y personajes sobrenaturales, buscando ideales inalcanzables.



Podemos pensar en una deliberada intención de desmerecer al hidalgo, para luego construir la figura del caballero. El nombre del hidalgo, en principio, no importa, el que cobra importancia es el de la creación “Don Quijote”. Mientras que del hidalgo no sabemos lo más importante, ni su pasado ni su identidad, pero si sabemos lo vacío de su presente, del caballero que el construirá conoceremos todo lo a partir de ese momento vivirá.
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sábado, 29 de junio de 2013

Florencio Sánchez - "El desalojo" (Comentario general)

Breve comentario sobre "El desalojo"

Trabajo realizado por la Prof. Paola De Nigris

La obra trata de una joven que se ve sumergida en una situación desesperada. Pertenece a un extracto social muy bajo, y la obra muestra la decadencia de valores de una sociedad que mira al mundo que lo rodea con indiferencia, y desprecio, aunque la condición de los que miran sea igual a la de Indalecia. Ella no sólo es desalojada del conventillo, sino también de sus hijos, y dado que para ella, sus hijos son lo más importante, lo que le da una identidad, Indalecia es también despojada de su propia identidad, algo que el mundo que la rodea no llega a comprender.

Sánchez es un dramaturgo realista, y su deseo es plasmar es aquello que ve, padece y le duele. Es un retratista de una época, el 900, tanto en Montevideo como en Buenos Aires. “El desalojo” está ambientada, justamente en Buenos Aires, pero la realidad no era muy diferente en el Montevideo de su época.

Este pequeño sainete, forma típica de la época, se transforma casi en una tragedia dado que el personaje principal quiere luchar contra un destino impuesto y pierde. Su temática puede incluirse en cualquier momento del siglo XX, y XXI sin que se deje de encontrar el mismo problema humano, la decadencia de valores.

Sin embargo, no puede dejar de contextualizar la obra en la época en que fue escrita. La mujer pobre en el 900 tenía pocas posibilidades, y todas terminaban en lo mismo, la prostitución. Dentro del momento es necesario pensar que la mujer no trabaja, quien lo hace es el hombre, y no existe para este ningún seguro social que lo ampare en caso de tener un accidente. Así que Indalecia, madre de varios hijos, casada con un hombre trabajador que tiene un accidente, se encuentra en la situación de tener que salir a trabajar. Eso le deja pocas posibilidades: puede trabajar en la costura, pero la gente del registro, que son los que reparten en trabajo, habitualmente piden favores sexuales a las mujeres que los van a pedir. Puede trabajar de noche en una fábrica, pero eso le impediría cuidar a sus hijos, y además estaría, sin duda, expuesta al acoso sexual por parte de los patrones o encargados. Y por último, puede prostituirse directamente. Pero ninguna de esas opciones son válidas para Indalecia, porque lo que ella quiere es un trabajo con dignidad que le permita educar a sus hijos. Pero esto tan obvio, la sociedad entera se lo niega. El estado no le da más que una operación tras otra a su marido que se cayó de un andamio, y prácticamente morirá o quedará paralítico. Lo otro que el estado le ofrece es quedarse con sus hijos, los más chicos en la beneficencia, y el mayor a una escuela de oficio. La sociedad parece poner en primer lugar el deseo de que esos niños sean “útiles” para el mercado, sacrificando el amor que una madre puede dar, y la ecuación que ella misma puede proporcionar. En una palabra, el vínculo afectivo.

Cabe aclarar que Indalecia se presenta constantemente como una mujer implicada y afectuosa con sus hijos, que aún cuando ellos están en la miseria le enseña a agradecer la comida que les pueden proporcionar. No es una mujer que los desatienda, sino todo lo contrario, vive para y por ellos, y vive esperando que la situación cambie.

La sociedad, a través de un diario, ha levantado una suscripción para darle algo de dinero, pero lo que la gente mandará al diario no es verdadera solidaridad, sino una especie de forma de tratar de sentirse bien con ellos mismos. Es el personaje de Genaro, un vecino, quien encarna a la solidaridad en todo su significado. Él comparte su comida con Indalecia, siendo él tan pobre como ella, ya que es un botellero. Es un italiano, inmigrante, que conoce la pobreza, y se conmueve de la situación penosa de esa mujer y sus hijos. Él no sólo comparte su pan con Indalecia y sus hijos, sino que además va a ver a su marido y le trae noticias sobre el estado de su salud. En una palabra, sabe la necesidad de Indalecia y trata de acompañarla y ayudarla a la par. Incluso presta su tiempo y oído para que ella se descargue en el único momento que ella se anima a hacerlo, ya que no tiene casi la posibilidad de hablar o de desahogarse.

Como contrapartida de Genaro tenemos también un personaje de origen italiano y es la Encargada. Ella también conoce la miseria, pero ahora está en una situación de poder, en una situación mejor, y parece no querer o tal vez no poder ponerse en la situación de Indalecia. Aunque podríamos decir que a pesar de su dureza, de su carácter necesario para poder cobrar el alquiler, aún no ha tirado a Indalecia para afuera, y está esperando que pueda salir de allí lo antes posible. Toda la obra sucede en ese patio, e Indalecia viene a encarnar la miseria con dignidad, pero también viene a mostrar, como un espejo, la miseria que todos pueden llegar a vivir. Sin embargo nadie quiere verla. Por eso las vecinas prefieren ser indiferentes “tirar la comida por los caños” antes que compartirla con ella. Es que no quieren ver, no quieren pensar que esto que a ella le pasa podría pasarle a cualquiera.

Otro personaje importante en la obra es el padre de Indalecia. Éste aparece en la escena IV y viene porque averiguó que ella iba a cobrar una suscripción. Viene por interés. La ha abandonado porque se casó con un albañil. Él encarna la decadencia más profunda de la sociedad. Es un parásito de la misma. Ex soldado, viejo y borracho, que sabe vivir de la mendicidad, y aprovecharse de cualquier situación. Por eso viene a ella, para ver si puede aprovecharse de la miseria de Indalecia. Al final es quien termina triunfando, porque se queda con toda la plata de la suscripción. A través del alboroto, de inflar su valía de antaño, trata de imponerse ante los demás, exigiendo un respeto que él jamás dio.


Por último, el personaje del comisario y el periodista son los que representan a la sociedad toda. Son los que vienen con esa pseudo solución, y la obra termina en un circo, cuando el fotógrafo aparece pidiendo una foto de ella llorando junto con el comisario y el policía. El cinismo de la sociedad queda plasmada en esta foto, antes de que terminen de convencer a Indalecia que debe entregar a sus hijos, porque ella no los puede educar.
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domingo, 7 de abril de 2013

El almohadón de Plumas (Texto)


El almohadón de plumas


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, aunque a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. 

Durante tres meses − se habían casado en abril− vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en este rígido cielo de amor; más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso − frisos, columnas y estatuas de mármol−producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. 

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. Había concluido por, no obstante por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. 

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de su marido. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó muy lento la mano por la cabeza, y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente, todo su espanto callado, redoblando el llanto a la más leve caricia de Jordán. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo ratoescondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar palabra. 

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos. 

−No sé− le dijo Jordán en la puerta de calle−.Tiene una extraña debilidad que no me explico. Y sin vómitos, nada...Si mañana se despierta como hoy llámeme enseguida.

Al día siguiente Alicia amanecía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin que se oyera el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a mirar a su mujer. 

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego al ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche quedó de repente con los ojos fijos. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labiosse perlaron de sudor. 

−¡Jordán! ¡Jordán!− clamó, rígida de espanto sin dejar de mirar la alfombra. 

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia lanzó un alarido de horror. 

−¡Soy yo, Alicia, soy yo! 

Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, volvió en sí. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola por media hora temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos. 

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio, y siguieron al comedor. 

−Pst...se encogió de hombros desalentado el médico de cabecera−. Es un caso inexplicable... Poco hay que hacer... 

−¡Sólo eso me faltaba!− resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa. 

Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de anemia, agravado de tarde pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche sele fuera la vida en nuevas oleadas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no laabandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aun que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban dificultosamente por la colcha. 

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de Jordán. 

Alicia murió, por fin. La sirvienta cuando entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón. 

−¡Señor! −llamó a Jordán en voz baja−. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre. 

Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquel. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. 

−Parecen picaduras−murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación. 

−Levántelo a la luz− le dijo Jordán. 

La sirvienta lo levantó; pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber porqué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. 

−¿Qué hay? −murmuró con la voz ronca. 

−Pesa mucho− articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. 

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca. 

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca, su trompa mejor dicho, a las sienes de aquélla chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda había impedido al principio su desarrollo;pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había el monstruo vaciado a Alicia. 

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de plumas.

Horacio Quiroga (1878-1937)
Extraído de “Cuentos de amor de locura y de
muerte”(1917)

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